¿Se imagina tener la capacidad de conocer plenamente los riesgos que le circundan, poder anticiparse a ellos y eliminarlos con la facilidad con la que se ajusta un tornillo, aprieta un botón o jala una palanca? Aunque no lo crea, así de sencillo es cuando se establece un sistema y un proceso de identificación, prevención y mitigación de riesgos en su entorno inmediato, sea en su casa, empleo, escuela, comercio o industria. Reducir los riesgos y extinguirlos puede convertirse en algo muy sencillo, sistematizado, e incluso divertido, siempre y cuando se conozcan y se comuniquen bien hacia la población expuesta.

¿Cómo facilitar herramientas y crear capacidades suficientes en los usuarios de un servicio, para que estos, al igual que quienes lo operan y prestan el mismo, puedan identificar riesgos, prevenirlos y extinguirlos? Lo primero es el conocimiento; conocer y saber cuál es el proceso que antecede o genera un riesgo es la base. Cómo se genera o qué lo provoca, en qué fechas y horarios, de qué forma se construye, en qué condiciones, a quiénes afecta, cómo los afecta, con qué consecuencias, etcétera.

Después, en el caso de operarios, agentes y proveedores, se debe proceder a registrar los riesgos en una bitácora o cuaderno de trabajo y retroalimentar al inicio y conclusión de cada operación con los integrantes del equipo, incluirlo en el proceso de trabajo, comentarlo y hacerlo un hábito; para los usuarios, es suficiente con difundirlos reiteradamente y de diversas formas, de manera no impositiva, sino destacada, como una oportunidad y una ventaja de la cual puede beneficiarse cada uno.

Aprovechar situaciones de relajamiento en las que el usuario no sienta exigencia de atención o estrés, preferentemente a través de contarle una historia o una anécdota que se describa brevemente y que lo estimule emocionalmente es muy efectivo; reír o llorar funciona mejor que un decálogo de recomendaciones, aunque no lo sustituye formalmente, lo refuerza extraordinariamente, lo comunica mejor.

Una vez racionalizado y estimulado el conocimiento del riesgo, la inteligencia humana, el instinto de sobrevivencia y de competencia entre iguales –seas directivo, operario, proveedor o usuario– hacen lo que corresponde de manera natural en cada ámbito: analizar, deducir, clasificar, descartar, sintetizar, procesar y priorizar para el beneficio propio.

Tras el sismo del 19 de septiembre de 2017, se estableció un código de comunicación y prevención. Fotos: Hugo Antonio Espinosa

El conocimiento del riesgo es la diferencia entre conservar la vida o perderla, son emociones suficientes para que se interiorice en cada individuo y, lo más importante, que éste las comparta. Así, se crean símbolos y acuerdos tácitos dentro de los grupos de trabajo y en las comunidades.

Un ejemplo de lo mencionado lo podemos identificar, como una anécdota que todos vivimos y aprendimos en México tras el sismo del 19 de septiembre de 2017, durante las labores de búsqueda y rescate, cuando se estableció un código de comunicación y prevención entre rescatistas, paramédicos, soldados, policías, voluntarios y ciudadanos de a pie. Recordará usted que cuando un grupo de rescatistas, binomios caninos y Equipos BREC (Búsqueda y Rescate en Espacios Confinados), ingresaban a un espacio de difícil acceso y con riesgos de colapso, de pronto se pedía a la concurrencia agolpada tras la cinta amarilla de acordonamiento, que guardara silencio, ya que había indicios de encontrar alguna persona con vida bajo los escombros, entonces se procedía a levantar la mano derecha hacia arriba, con el puño cerrado, para que esta fuera visible para todos, solicitando silencio y poder agudizar y enfocar la escucha, bajo tierra, de los cuerpos de rescate.

El símbolo se viralizó y se hizo de inmediato una práctica común en cada zona de desastre y, sin mediar directriz, comunicado o norma oficial, dicho símbolo kinésico se interiorizó y adoptó por parte de la comunidad. Indistintamente de si éste ya era usado o no con anterioridad entre el personal especializado, su practicidad y sencillez hizo que la sociedad lo adoptara y lo hiciera suyo. Gracias a su eficacia y pertinencia, el puño arriba, como símbolo de silencio y atención durante una emergencia, fue innovador y se convirtió en un elemento imprescindible de prevención y socialización en la atención de emergencias. Esto también es protección civil.  ¡Feliz fin de semana!

Hugo Antonio Espinosa

Funcionario, Académico y Asesor en Gestión de Riesgos de Desastre

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