- El Milagro de los Tres Pueblos: 192 años de fe, historia y tradición
A casi dos siglos de distancia, el Milagro de los Tres Pueblos sigue vivo en la memoria y devoción de miles de fieles que cada año agradecen al Santísimo Cristo de San Andrés, Señor de Chalma, su protección y bendiciones. Una tradición que mantiene unidas a generaciones y que es parte esencial de la identidad y la fe de toda la región de San Andrés Ocotlán en el municipio de Calimaya.
Conoce la historia del Milagro
Hace 192 años, una terrible epidemia —relacionada con la gripe española— azotó a los pueblos de Calimaya, Zaragoza de Guadalupe y San Diego la Huerta. La enfermedad trajo muerte, hambre y desolación: familias enteras eran halladas sin vida, los panteones se saturaban de cadáveres y, en los hogares, lo único que quedaba como alimento era salsa de molcajete.
El miedo aumentaba con el rugir del Nevado de Toluca, que parecía anunciar una erupción.
Ante la desesperanza, los tres pueblos decidieron organizar una procesión al Santísimo Cristo de San Andrés Ocotlán, Señor de Chalma, implorando su intervención. El pueblo y autoridades eclesiásticas accedieron a prestar la sagrada imagen. Al paso del Cristo, la gente lloraba, rezaba y aseguraba sentir alivio en su salud; las campanas de los templos acompañaban el recorrido. Días después, la epidemia desapareció, lo que fue considerado un auténtico milagro.
Sin embargo, la devoción fue tan grande que el pueblo de Calimaya no quiso devolver la imagen. Se cuenta que, tras intentos fallidos de sustituirla con una réplica y de llevarse al Cristo a la fuerza, los caballos que tiraban la carreta retrocedían inexplicablemente hacia San Andrés, y la imagen se volvió tan pesada que nadie podía moverla. El suceso fue interpretado como señal divina de que el Cristo debía permanecer en su templo original.
Desde entonces, se estableció la tradición: cada año, los pueblos beneficiados con el milagro peregrinan a San Andrés Ocotlán el último viernes de agosto. La procesión inicia en el barrio de Los Ángeles, el primero en recibir alivio, y culmina con la misa solemne, el beso al Cristo Crucificado y la convivencia popular en el atrio y en los campos, donde se disfrutan alimentos de temporada como habas y elotes.
Este acto de fe se conoce como La fiesta “del beso” o “de la bajada”, porque la imagen era descendida de su altar para que los fieles expresaran su devoción. En el sitio donde ocurrió el milagroso regreso del Cristo se levantó una cruz de piedra, que hasta hoy es punto de encuentro para los peregrinos, quienes dejan flores o piedras en señal de gratitud.
Texto y Fotos: Emmanuel Reza